miércoles, 25 de febrero de 2009

Muy buena frase, buena representante del SL

"Si tú tienes una manzana y yo tengo una manzana e intercambiamos las manzanas, entonces tanto tú como yo seguiremos teniendo una manzana. Pero si tú tienes una idea y yo tengo una idea e intercambiamos ideas, entonces ambos tendremos dos ideas."
George Bernard

Gracias Esteban, por esta fabulosa frase.

martes, 17 de febrero de 2009

¿Para qué sirven las discográficas y las gestoras colectivas?

¿Para qué sirven las discográficas y las gestoras colectivas?

Por Federico Heinz, para Fundación Vía Libre
<http://www.vialibre.org.ar/2009/02/13/%C2%BFpara-que-sirven-las-discograficas-y-las-gestoras-colectivas/>


Cuando las gestoras colectivas de derecho de autor y las discográficas
alertan que la copia digital amenaza a la música, están apostando a
confundirnos. La industria discográfica como la conocemos (y otras
asociadas) están en problemas, sí. Pero la música y la industria
discográfica son cosas muy distintas, y en entornos digitales la música
bien puede florecer y difundirse sin necesidad de la industria.

*Industrias que vienen, industrias que van*

Mi padre me cuenta que, cuando él era chico, la heladera de la casa era
a hielo. Esencialmente, era un armario recubierto de aislamiento
térmico, en el que guardaban los alimentos. Producir hielo era una
actividad industrial, que sólo se podía encarar utilizando equipos
pesados, fuera del poder adquisitivo de los particulares. Así, todos los
días venía un señor con una barra de hielo al hombro que se metía en la
heladera, en una escena que se repetía en miles de hogares.

Todo el mundo compraba hielo, todos los días. Pero en realidad, no era
hielo lo que necesitaban, sino frío. El hielo era sólo un vehículo para
entregar frío a los clientes que lo necesitaban. Cuando aparecieron en
el mercado primero las heladeras a kerosén, y luego las eléctricas, las
familias se encontraron con que podían adquirir una máquina que les
proveía del frío que necesitaban de forma confiable, cómoda y barata.
Estos aparatos no sólo no necesitaban hielo para funcionar, sino que
incluso estaban en condiciones de producir su propio hielo.

A nadie sorprendió que las ventas de hielo, antes un producto de primera
necesidad, cayeran estrepitosamente. La industria del hielo colapsó, y
sólo sobrevivieron unas pocas productoras de que se dedican a satisfacer
necesidades especiales, en particular provisión de hielo en cantidad o
calidad distinta de la que puede producir una heladera doméstica.

Sin ambargo, aún en medio del colapso, a nadie se le ocurrió la absurda
idea de imponer un gravámen a las heladeras domésticas para compensar a
la industria del hielo por las ventas perdidas. La industria del hielo
había cumplido su ciclo, su mercado había desaparecido. Había provisto
un servicio útil a la sociedad, y en ese proceso había servido como
fuente de sustento a muchas personas. Pero el servicio ya no agregaba
suficiente valor en el nuevo contexto tecnológico, y los proveedores de
hielo reconvirtieron su negocio, o se dedicaron a otra cosa.

*Industrias que no se quieren ir*

El paralelo con la industria discográfica no es difícil de trazar. De la
misma manera que la gente no quería realmente hielo, sino frío, no es
discos lo que el público quiere, sino música. Mientras el único soporte
práctico para la música fue el disco (permítaseme la generalización de
llamar “disco” a todos los soportes físicos de sonido, desde los
tambores de Edison a los CDs), no había manera de conseguir música si no
era en un disco. Pero las computadoras, los reproductores digitales y,
muy especialmente, Internet, cambiaron el paisaje tecnológico,
desacoplando a la música de su soporte.

Hoy, que la música puede codificarse y transmitirse fácilmente sin
necesidad de un medio físico, ya nadie quiere comprar discos y por muy
buenas razones: son incómodos de adquirir y almacenar, a veces se
agotan, ocupan espacio, se rayan, se pierden, te los roban, necesitás un
aparato especial y frágil para leerlos… El formato digital es mucho más
eficaz, cómodo y barato. Tal como la heladera puso a quienes antes
compraban hielo en condición de producirlo, la computadora pone en manos
de los particulares la posibilidad de producir su propia música,
duplicarla, distribuirla.

Igual que con la del hielo, nadie debe sorprenderse de que le empiece a
ir mal a una industria que produce algo que nadie quiere comprar. Sin
embargo, a diferencia de la industria del hielo, las discográficas se
niegan a aceptar que su función social expiró, que lo que antes era un
servicio útil hoy no es más que una carga para la sociedad. En vez de
reconvertir su negocio, en vez de buscar de qué manera ofrecer su
producto de modo que la gente quiera comprarlo, prefieren hacer lobby
ante los legisladores para forzar a los consumidores a entregarles su
dinero, independientemente de si quieren hacerlo o no.

*Mal acostumbrados*

El dicho popular asevera que la culpa no es del chancho, sino del que le
da de comer, y es aplicable a este caso. La codicia de la industria
discográfica fue alimentada durante décadas mediante leyes que la hacían
acreedora (a través de organismos como SADAIC, AADI, CAPIF, ARGENTORES)
de cualquier actividad cultural en la que se usara música,
independientemente de si la música era de autores o intérpretes que
formaban parte de la industria o no. Cuando uno está acostumbrado a
sacar tajada de lo que hacen otros, no es raro que quiera extender el
campo del que la saca. La propuesta de dar a las gestoras colectivas el
derecho a recaudar un “canon digital” no es otra cosa que un intento de
apropiarse de una tajada del negocio de las computadoras, elevando
arbitrariamente los costos para todo el mundo (particulares, empresas,
hospitales, escuelas, universidades, bibliotecas, artistas,
administración pública) a exclusivo beneficio de un sector industrial

Es hora de repensar el modelo de distribución cultural. Mientras la
producción industrial de libros y discos era la única alternativa
viable, el sistema actual puede haber tenido su justificación aunque
también sus serios problemas. El más grave de ellos no es siquiera el
enriquecimiento desmedido de algunas personas, sino el control
corporativo acerca de cuáles expresiones culturales se difunden, y
cuáles no. Un mercado de la música con bajos costos de producción y sin
corporaciones puede resolver estos inconvenientes, permitiendo el
surgimiento de una cultura más diversa, en la que las expresiones
locales tengan mejores chances de ser conocidas y difundidas, como
muestra la experiencia del Tecnobrega en el nordeste brasileño.

Durante siglos, hemos delegada la difusión de la cultura a las
corporaciones, porque no teníamos más remedio. Hoy podemos elegir, y es
hora de que recuperemos la cultura para toda la sociedad.

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